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miércoles, 25 de julio de 2012

UN CUADRO DE SANTIAGO EN LA BATALLA DE CLAVIJO EN EL MONASTERIO DE LAS MADRES CARMELITAS DESCALZAS CIUDADREALEÑO



Hoy miércoles 25 de julio, es la festividad de Santiago Apóstol, por este motivo voy a dedicar mi entrada aún cuadro que se encuentra en la iglesia del Monasterio de las Madres Carmelitas Descalzas, de grandes dimensiones que es anónimo del siglo XVIII y que representa al Apóstol Santiago en la decisiva batalla de Clavijo.

Cercanías de Clavijo (La Rioja), 23 de mayo del año 844: «A este tiempo se apareció Santiago sobre un fuerte y hermoso caballo blanco. A su vista se animaron briosos los cristianos y se amedrentaron tanto los infieles que, cobardes, volvieron las espaldas, huyendo desordenados, dejando el campo lleno de cadáveres moros y corriendo arroyos de su sangre que, se dice, llegaron hasta el río Ebro, que dista de aquel sitio dos leguas». Relatos como este, atribuido al historiador de principios del siglo XIX José González de Tejada, o heroicas escenas como las del cuadro de las Madres Carmelitas, han tenido a lo largo de los siglos una influencia enorme en la formación de la identidad nacional española.

Muchos han sido los historiadores, de toda tendencia y condición, que han venido rastreando los orígenes y repercusiones de la leyenda de esta batalla de Clavijo, en la que, según se ha contado desde la Edad Media y hasta no hace mucho, confundiendo ficción con realidad de una manera prodigiosa, se apareció el apóstol de España a lomos de un gran caballo blanco, espada en ristre y, a gritos de «¡Dios ayuda a Santiago!», se puso a cercenar cabezas de moros en auxilio de los cristianos.

Los hechos se han narrado siempre de forma gloriosa, al estilo de la prosa densa y partidaria de la Edad Media. El «caballero andante de Dios», ló llamó Cervantes. Y con ellos se impregnaron el espíritu de toda la Reconquista, inspirándose además el nacimiento de varias órdenes militares, algunas de la cuales han llegado hasta nuestros días a grito del famoso «Santiago y cierra España».

El «Tributo de las Cien Doncellas»

Cuentan que el Rey Ramiro I de Asturias, hijo de Alfonso II «el Casto», se negó en el 844 a seguir acatando el bochornoso tributo establecido por los sarracenos a sus antecesores, bajo la condición de que no les atacaran. Según este impuesto, conocido como el «Tributo de las Cien Doncellas», los reyes de Asturias debían enviar anualmente a Córdoba 100 doncellas cristianas, 50 nobles y otras tantas plebeyas. Avergonzado por semejante deshonor, Ramiro decidió ponerle fin.

El Rey reunió entonces a toda la región y formó un poderoso ejército, con el que se lanzó contra los musulmanes en Albelda (Logroño). La derrota fue tan dura que se vio obligado a correr a esconderse en Clavijo, a 17 kilómetros de Logroño, con los pocos hombres que habían quedado vivos. Pero allí acorralado, sumido en la desesperanza, cuentan los relatos que se le apareció el Apóstol Santiago en sueños para anunciarle su presencia en la batalla que tendría que librarse al día siguiente.

El cuadro de la batalla de Clavijo del Monasterio de las Madres Carmelitas


El encuentro tuvo lugar, según se cuenta, en las laderas del monte sobre el que se alzó después el castillo de Clavijo. Los cristianos, agotados y diezmados, se lanzaron sin temor contra el infiel convencidos previamente de su victoria, gracias a que su Rey les había dicho que Santiago el Mayor aparecería para batallar a su lado.

Alfonso X el Sabio incluso reproduce en su «Primera Crónica General» (1270) las palabras del Apóstol a Ramiro I en sueños: «Sepas que Nuestro Señor Jesucristo repartió entre todos los apóstoles todas las provincias de la tierra. Y a mí sólo me dio España para que la guardase. Rey Ramiro, esfuérzate en tu oración y se bien firme y fuerte en tus hechos, que yo soy Santiago. Y ten por verdad que tú vencerás mañana con la ayuda de Dios a todos esos moros…»

Santiago, el «Matamoros»

Al rato de comenzar la contienda, cuando parecía ya perdida para los cristianos, surgió de repente un jinete desconocido sobre un gran caballo blanco, despidiendo resplandores y blandiendo una espada de plata con la que, en un abrir y cerrar de ojos, decapitó a 70.000 enemigos. Muchos más que todos los combatientes juntos. El valeroso ataque le valió para los restos el sobrenombre de Santiago el «Matamoros».

Algunos relatos hablaron de esta batalla como «la primera en la que se hizo una invocación a España» y se convirtió en una de las claves para que actualmente entendamos el movimiento jacobeo en el país, convirtiendo particularmente a Santiago de Compostela en uno de los lugares de peregrinación por excelencia de los cristianos, al mismo nivel que Jerusalén y Roma.

La influencia que tuvo el relato de lo ocurrido en Clavijo en la mitología patria fue tan grande que, en pocos años, se multiplicaron las intervenciones de Santiago Apóstol en batallas y escaramuzas contra la morisma por toda la Península, con incontables réplicas locales surgidas, por lo general, en los ambientes eruditos del Siglo de Oro.

Como la Batalla de Coímbra en 1064, descrita en el Códice Calixtino recientemente aparecido, donde el patrón de España vuelve a intervenir en favor de las tropas de Fernando I. Su intercesión conseguirá que, a partir de aquella fecha, la Reconquista fuera considerada Guerra Santa. Las apariciones del Santo recorrerán todo el territorio peninsular mezclándose la realidad con la devoción en la Historia oficial.

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