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jueves, 31 de octubre de 2013

ESCOMBROS



Una compensación a la ingrata tarea de exámenes de reválida es el poder cambiar impresiones e incluso establecer amistad con los profesores de la Universidad o de otros Institutos, que pasan unos días entre nosotros.

Hace cinco años estuvo precisamente el catedrático de Arte de la Universidad de Madrid, el señor Azcárate y no se perdió rincón de Ciudad Real que pudiera tener algún valor artístico y, naturalmente, le agradó mucho la portada del Convento de las Dominicas, así como su murallón (creo que empleó esta palabra) y que hoy bien pudiéramos llamar “el muro de las lamentaciones”.

Varias noches acompañe a profesores, que vinieron a las “reválidas” a dar paseos por el barrio de la calle de Altagracia, de la del Jacinto y las plazas de Agustín Salido y Santiago, y la verdad es que siempre quedaron satisfechos. La última vez fue el pasado mes de febrero; el presidente del Tribunal, aunque no era catedrático de Arte, sino de Historia del Derecho, tenía gran sensibilidad artística como todas las personas cultas. Con él recorrí mi ruta de Ciudad Real de noche, y quedó entusiasmado del ambiente de la placita del Compás de Santo Domingo, que en aquella serena noche de invierno era aún más grato que en las caliginosas de verano. Después  de pasar por la Plaza de la Purísima Concepción, donde se encuentra el convento de las Franciscas, y por la de Santiago, llegamos a la calle Altagracia y quedó horrorizado cuándo le dije que todo aquello iba a desaparecer, como así ha sido en breve plazo.

No hace muchos días iba hacia el Instituto en un autobús urbano y me pareció como si hubiera algún incendio, mas no se trataba de humo, sino de polvo, y desde la calle Calatrava, por la de Altagracia, vi cómo estaban ya derribando el muro y aquello parecía como una batalla de la Edad Media. Un viejo castillo era arrasado por los invasores. Aunque como madrileño, debería estar bien acostumbrado a tales espectáculos, la verdad es que he procurado no volver a pasar por la calle del Jacinto.

De todos modos, como el mejor antídoto de los disgustos son nuevos, disgustos y preocupaciones, los exámenes me hicieron olvidar aquello, hasta que muy recientemente, al salir del Instituto en el coche de mi compañero don Gerardo, paramos a la puerta prudentemente, pues por la calle Calatrava venían dos camiones muy cargados que avanzaban con lentitud envueltos en una autentica nube de polvo. Cuando doblaron por la Ronda observé que su carga eran escombros y además, muy pronto me di cuenta de dónde procedían.


Realmente nada de valor llevaban, piedras, tierra y polvo, pero tampoco tienen ningún valor los cuerpos humanos muertos, ahora bien, como ocurre con éstos, aquellos escombros, aquellos despojos, suponían una pérdida irreparable. El espíritu que daba aliento y vida a aquel rincón de la calle Altagracia, que estaba allí, que se percibía no se con cuál de nuestros sentidos, había huido para siempre, tampoco sé adónde, y un cuerpo muerto inerte, sin vida, era llevado poco a poco en los camiones. Seguimos tras ellos por la Ronda. Entre el polvo orilló una luz roja y una viró hacia la izquierda perdiéndose entre las obras que se están realizando por allí, y el otro, continuó recto. Ni siquiera aquellos restos iban a volver a la tierra de donde salieron en un mismo lugar. Si, de la tierra salieron aquellas piedras que durante muchos años dieron vida a un paraje con la belleza de una artística construcción y ahora volvían al olvido de una escombrera.

Ciudad Real, 2 de julio de 1970

CARLOS LOPEZ BUSTOS

N. de R.- Las líneas que anteceden de nuestro distinguido colaborador, suponemos causarán fuerte impacto en cuantos vecinos de Ciudad Real tienen su sensibilidad artística a flor de piel. Por lo visto el derrumbe de las Dominicas se ha consumado, aunque creemos se habrá salvado al menos la portada, de acuerdo con el compromiso entre el constructor y el Ayuntamiento, a través de su Delegación de Cultura y su Servicio de Arquitectura. Nos gustaría, cuanto antes, una aclaración al respecto, como le agradará a López Bustos, a Isabel Pérez Valera y a tantos más que están siempre pendientes de conservar el escaso patrimonio artístico de la capital.

Y ya que hemos tocado el tema del viejo convento de las Dominicas, no podemos por menos de censurar, acremente, la forma en que se ha llevado a cabo su demolición, sin el menor respeto a los vecinos de las calles implicadas en él, que han tenido que aguantar auténticos temporales de polvo, cual si soplara por aquellos parajes la tramontana de Cataluña o el simoun del Sahara. Confiemos en que no vuelva a suceder, cuando se produzca una circunstancia análoga.

Artículo publicado en el diario “Lanza” el viernes 3 de julio de 1970, Año XXVIII Nº 8.392 página número 3.


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