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domingo, 2 de febrero de 2014

CIRUELA: HISN AL-SUJAYRULA (II)



Por otra parte, sobre el origen de este Armildo Meléndez, señalar como apuntábamos, su pertenencia a uno de los linajes mozárabes de Toledo, siendo tanto los Armíldez como los Meléndez, Petrez, García o Gutiérrez parte de la élite del momento en la capital del Tajo (GONZALEZ, 1926-1930): Vol. Prel.,231; GONZALEZ, 1975:326).

En documento fechado a 4 de noviembre de 1187 vuelve a aparecer “Zuera”, “Zuhera” o “Sufera”, según la referencia bibliográfica que se tome para la transcripción (GONZÁLEZ, 1975: 284 Y 338; VILLEGAS, 1981:54; RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994: 333: RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2001:605), como uno de los castillos del territorio confirmados a la Orden de Calatrava por la Bula Pontificia de Gregorio VII, sobre los cuales Ayala Martínez indica: “…probablemente ninguno, o prácticamente ninguno, de estos castellanos fueron de fábrica cristiana. Fue el fenómeno de castralización islámica del territorio, que arranca de los siglos IX y X, el que generó tan importante red de fortalezas, erigidas algunas sobre estratégicos enclaves de época romana o utilizados en ella, como es el caso, por ejemplo, de Caracuel, Consuegra o Piedrabuena. Los cristianos no hicieron sino acondicionar o completar los recintos fortificados sobre los que se asentaron…” (AYALA, 1996: 67 Y 68). Si pasó a manos de la Orden, parcial o totalmente, con anterioridad a la fecha de la confirmación papal lo desconocemos, aunque analizados los precedentes del donante no sería de extrañar que esto se hubiese dado. En los paralelos conocidos, de donaciones iniciales a miembros de los linajes toledanos, se observa con regularidad manifiesta una relación ulterior de éstos con las órdenes militares del territorio, bien en el mismo momento de su fundación o en el periodo de consolidación y expansión por el sistema de entrega como familiar (RUIZ, 2003: 109). Además la totalidad de los castillos mencionados en la Bula muy posiblemente deban incluirse dentro del territorio inicial de la villa de Calatrava otorgada por Sancho III en 1158 a la Orden en su fundación y, por tanto, del distrito islámico 8RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994: 333, RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2001: 623). No obstante, fuese cual fuese el proceso que aconteció, Armildo y sus herederos siguieron contando con derechos sobre, al menos, parte de la propiedad, como queda atestiguado en documentos posteriores.

 Ahora bien, al analizar en su conjunto las fortalezas mencionadas en este documento, en ningún caso los únicos puntos fortificados del territorio, pero sí los más importantes y con envergadura suficiente como para ser mencionados en la confirmación, destaca que la distribución de su ubicación corresponde a las tres vías históricas de penetración en el Valle del Guadalquivir, por la llanura manchega, desde Toledo. La villa de Calatrava defendida a poniente por Piedrabuena, Benavente y Alarcos, bordeando la ruta hacía Córdoba por el Puerto del Milagro desde Toledo; al sur, en la vía de Córdoba desde la villa, por la lejana Chillón, Almodóvar, Caracuel, Ciruela y, en el paso hacia tierras jienenses, por Dueñas; mientras que a retaguardia, en el camino hacia Toledo, Malagón y Guadalerzas (RUIZ,  2003: 176; AYALA, 1996: 59 Y 60; AYALA, 2003 a: 162). Destaca esta articulación hasta el punto que la organización espacial del Campo de Calatrava se concretó en esta primera etapa, con un marcado carácter militar, en torno a las fortalezas islámicas preexistentes, con una gran continuidad como hemos mencionado en el asentamiento castral (RUIZ, 2003: 143 y 144; RODRIGUEZ-PICAVEA, 1994: 333; RODRIGUEZ-PICAVEA, 2001: 623).


Casi de forma paralela, desde 1191, Alfonso VIII emprendió la transformación del vecino Alarcos en una villa de nueva planta, concediéndole la tenencia del castillo a Diego López de Haro y, aunque la Orden de Calatrava contase con derechos sobre el enclave, consta que el monarca ya había estado otorgando incluso con anterioridad a dicha fecha heredades en su término (JUAN, 1995:44). Cuatro años después, el 18 de julio de 1195, con las obras de fortificación todavía sin concluir, emprendiendo la marcha forzada hacia Toledo, Alfonso veía como se perdía todo a manos del ejército de al-Mansur, integrado por tropas almohades, andalusíes y cristianas desnaturalizadas (JUAN, 1995: 46). El ejército, habiendo saltado Sierra Morena por el paso oriental del Muradal, tras dejar atrás Dueñas y Salvatierra y encaminarse hacia Alarcos por el Congosto, pernotaron la víspera de la victoria con el Jabalón a sus espaldas para facilitar la aguada, no siendo Ciruela enemigo.

Los almohades capturan Calatrava, recovando el control sobre los pasos, vías y red castral de la zona, hostigando además las tierras toledanas desde una inmejorable posición. En 1198, la incursión desde el noreste del maestre calatravo consigue tomar por sorpresa Salvatierra y su alfoz, abriendo una vía de penetración castellana. La Orden logra una nueva Bula Pontificia en abril de 1199. Inocencio III les confirma antiguas posesiones: Calatrava, Caracuel, Alarcos, Benavente, Zuera, Malagón y Guardalerzas, todas ellas en poder de los almohades (RUIZ, 2003: 251). Hasta trece años después, los almohades no se deciden a reconquistar Salvatierra, teniendo presente además que su ubicación no condicionaba la seguridad de la ruta principal entre Sevilla, Córdoba y Calatrava, pero si significaba, rotas las treguas, una amenaza como cabeza de puente para cualquier intento de sobrepasar la barrera de Sierra Morena en una zona con menor protección camino del Guadalquivir por su parte alta.

Aunque no se cita expresamente, en la campaña de Alfonso VIII hacia las Navas de Tolosa, en 1212, Ciruela debió pasar nuevamente a manos castellanas (VILLEGAS, 1981: 54). Tras el asalto de Malagón, la toma por capitulación de Calatrava la Vieja y el reagrupamiento del grueso de las tropas en Alarcos el 4 de julio de dicho año, se ocuparon los principales enclaves fortificados del territorio “sin detenerse en ellos porque los moros los desampararon” (RUIZ, 2003: 234; RADES, 1994: fol. 27).

Tras la victoria de las Navas de Tolosa, el Campo de Calatrava volvió al entrono toledano. La reconquista conllevó la reposición de antiguos derechos y la plasmación de nuevas situaciones, relación ésta no exenta en caso alguno de contradicciones internas. Los Armíldez, María y Pedro, hijos de Armildo Meléndez, recuperan derechos tras 1212 (GONZALEZ, 1975: 347 y 348), e incluso se le atribuye a María Armíldez la construcción o reconstrucción de la aldea (VILLEGAS, 1981: 55), bajo el nombre de “zueruela” o “Zuhueruela”;  a la Orden de Calatrava se le confirman  antiguas propiedades en 1214 por la nueva Bula de Inocencio III, entre las que aparece el castillo de “Zuera” (GONZÁLEZ, 1975: 339); y el arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Jiménez de Rada, logra de Alfonso VIII en los últimos momentos de su reinado el “castrum de Zueruola”, su aldea y 20 yugadas de tierra, siendo confirmada la donación por Enrique I el 7 de noviembre de 1214, señalándose en la misma que el resto del término quedase bajo el control de Alarcos (VILLEGAS, 1995:70; RUIZ, 2003: 243; GONZALEZ, 1975: 326 y327).


Si bien, de los citados, la que inicialmente se tomó más empeño en la prosperidad de la propiedad fue María Armíldez, hija de Armildo Meléndez, casada con Golzalbo Petrez de Torquemada y hermana de Ana y Pedro Armíldez, al intentar parece ser repoblar, sin éxito, la aldea (GONZÁLEZ, 1926-1930: II, 94 y 95; GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348); aunque a medio plazo el más interesado fuese, sin duda, el arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Jiménez de Rada (GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348).

En agosto de 1225 (GONZÁLEZ, 1926-1930: II, 81; GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348), Fernando Petrez, en nombre propio y de su hermana, como herederos de los derechos de su padre Pedro Armíldez, vendió al arzobispo la mitad del castillo y la alquería. Tres años después, en diciembre de 1228 (GONZÁLEZ, 1926-1930: II, 94 y 95), Don Rodrigo Jiménez de Rada se hizo con la otra mitad del castillo mediante compra a María Armíldez, en nombre propio y de los herederos de su hermana Ana. En mayo de 1233 (GONZÁLEZ, 1926-1930: II, 107 y ss; GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348; HERVÁS, 1899 “Ciudad Real”, 281), se verifica la compra de los derechos adquiridos previamente sobre la sexta parte del castillo a una de las hermanas de Fernando, mediante escritura otorgada por Gonzalbo García, hijo de García Pérez de Fontelmasí y cuñado del primero, a favor del arzobispo. De igual forma, dos meses después, en julio (GONZÁLEZ, 1926-1930: II, 108 y 109; GONZÁLEZ, 1975: 347 y 348; HERVÁS, 1899: “Ciudad Real”, 281), otrogan escritura Gonzalbo Gutiérrez de Amaya, en nombre de su esposa Urraca Gutiérrez, y su cuñado Gómez García el Duque, en nombre de su esposa María, hermana de la anterior e hijas de Gutier Gutiérrez de Acebes y Sancha, hija ésta de Ana Armíldez.

El valor toral de la compra le supuso al Arzobispado un desembolso de 240 mizcales alfonsíes, demostrando un verdadero interés por el castillo y la alquería. Motivado, quizás, por la voluntad de crear una buena puebla  en el periódo justo en el que se está reestructurando la articulación territorial de la zona: si tras 1189 se comienza a atisbar el fin del modelo de ocupación del territorio basado principalmente en el carácter militar de la red castral previa, interrumpido bruscamente por el periodo almohade, tras 1212 el fenómeno se reactiva con celeridad. Mientras la Orden de Calatrava, traslada su sede en 1217 al castillo de Dueñas, el actual Castillo de Calatrava La Nueva; la antigua capital parece languidecer, como mera encomienda de la Orden, para luego ya a principios del siglo XV trasladar su casa principal primero a El Turrillo (Carrión de Calatrava) y con posterioridad a la propia población de Carrión de Calatrava, quedando convertida la iglesia calatrava en ermita (RETUERCE & HERVÁS, 2001: 311); los pequeños núcleos en la órbita de Calatrava absorben población y funciones; Malagón se recupera, se puebla Fernán Caballero en torno a 1218; la Orden de San Juan otorga Carta Puebla a Villar del Pozo el 12 de abril de 1222 (RUIZ, 2003: 296); Fernando III concede a García Fernández la villa de La Higueruela o “Figuerola”, en término de Alarcos, en 1226 (VILLEGAS, 1990: 44); y el propio maestre le concede Miguelturra Carta Puebla en 1230, una antigua alquería dependiente del alfoz de Calatrava (OCAÑA, 1995: 374), que delimitaba con el camino de Pozuelo a “Ciuruela”.

Por otra parte, son estos unos difíciles años en las relaciones entre el Arzobispado y la Orden de Calatrava debido a las diferentes interpretaciones que debían estar haciendo las partes sobre la aplicación pormenorizada en el territorio de los privilegios de exención calatravos a los derechos canónigos de Toledo. Estas desavenencias se zanjarán en 1245 con la Concordia General, que en la práctica supuso la consolidación de las posiciones mantenidas por los calatravos y un paulatino retroceso en las aspiraciones territoriales del Arzobispado en la zona (RUIZ, 2003: 265). No obstante, en el documento se reconoce implícitamente, al no figurar entre en la enumeración de lugares, que los derechos sobre Ciruela correspondían íntegramente al Arzobispado y, por tanto, la fundación de su iglesia había sido anterior a la constitución de la propia orden (GONZÁLEZ, 1975: 346).

Pedro J. Ripoll Vivancos
(Separata Boletín de Arqueología Medieval. Nº 13. Asociación Española de Arqueología Medieval. 2007)


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