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miércoles, 29 de abril de 2015

EN 1948 SE EJECUTARON EN CIUDAD REAL LAS ÚLTIMAS SENTENCIAS DE MUERTE


Los últimos ejecutados en Ciudad Real en 1948, procedían de Piedrabuena, siendo el juzgado de esta localidad quien los condenaría a muerte

Con la ejecución el 26 de noviembre de 1948 de Emilio Cabezas Moreno y Jacinto Maurelo Ruiz, ambos de 23 años, se cierra uno de los capítulos más negros de la historia judicial. Los dos condenados dejaron de existir cuando el verdugo Cándido dio la última vuelta al célebre tornillo del garrote vil. El año anterior, concretamente el 23 de mayo de 1947, la Audiencia Provincial, formada por cinco magistrados, dictó las que habrían de ser las últimas condenas de muerte llevadas a cabo en esta provincia.

Emilio Cabezas y Jacinto Maurelo, ambos naturales de Piedrabuena y vecinos de Carrión de Calatrava, jornaleros de profesión y de escasos medios económicos, casado el primero y soltero el segundo, ingresaron en prisión los días 28 y 31 de enero, respectivamente, pocos días después de producirse el crimen del pastor Hilario Bajo Laguna, de 63 años, sordo y enfermo de la vista, a quien le robaron una oveja y algunas de sus pertenencias.

Según el resultado de la sentencia número 226, sumario número 2, rollo 47, del Juzgado de Piedrabuena, datos que fueron recopilados en su día por nuestro compañero en tareas informativas, Alfonso Arcos Reinoso, para el semanario de sucesos “El Caso”, los dos condenados convinieron el 17 de enero de 1947 trasladarse a la huerta “La Cañada”, propiedad de Heriberto Pérez, situada en el término de Piedrabuena, donde habitaba como hortelano Hilario Bajo, a fin de apoderarse de una borrega, que les constaba existía, y de todo lo demás que pudieran recoger. Al día siguiente, iniciaron el viaje a Ciudad Real, ofrecieron la venta de la oveja a un carnicero del mercado por 50 pesetas.

Los dos ejecutados, según la sentencia, una de cuyas copias obra en poder de LANZA, decidieron que si Hilario los veía o reconocía, pese a sus defectos físicos antes apuntados, debían darle muerte para que no los delatara. Llegaron a la casilla de la finca cuando ya estaba anocheciendo y se sentaron junto al fuego para fumar un cigarro y conversar durante algún tiempo, ya que el pastor conocía a Emilio Cabezas con anterioridad. Cuando la noche cerró por completo, alumbrados únicamente por la luz de un candil, los dos reos de muerte decidieron pasar a la acción tras lanzar uno de ellos la voz de “ya”.

Antigua Cárcel Provincial, lugar donde fueron ejecutados los últimos condenados a muerte en nuestra ciudad y provincia

CRIMEN DE HILARIO BAJO

Emilio y Jacinto se abalanzaron sobre Hilario Bajo y mientras el primero lo sujetaba por los brazos, su compañero de correrías le fue apretando el cuello hasta producirle la muerte por asfixia.

Cuando se percataron que ya no daba señales de vida, lo abandonaron en el suelo, en primer término, y después lo tumbaron en un poyo, donde la victima acostumbraba a dormir, y lo arroparon con una manta, no sin antes despojarle de sus pantalones para llevárselos junto con una oveja y otras prendas de vestir y artículos alimenticios, todo ello valorado en 635 pesetas y 10 céntimos.

Varios de los efectos sustraídos fueron encontrados en casa de Emilio y Jacinto, el segundo de los cuales había sido condenado con anterioridad por dos delitos de robo, mientras el primero carecía de antecedentes aunque, según los informes que obraban en autos, tanto uno como otro estaban catalogados como personas de mala conducta.

LAS PETICIONES DE LAS PARTES

El ministerio fiscal, representado por Mariano Lavin, calificó los hechos como constitutivos de un delito de robo con homicidio con las agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad y despoblado y, en el caso de Jacinto Maurelo, la de reincidencia pidió para ambos la pena de muerte, así como una indemnización de 25.000 pesetas para los familiares de la víctima.

La defensa representada por el letrado ciudarrealeño Leufrido Barragán Gómez, calificó los hechos como un delito de hurto por el que procedía imponer una pena de arresto mayor, entre un mes y un día y seis meses, y otro de homicidio por el qué procedía una pena de reclusión mayor en grado medio, es decir, de 14 años, 8 meses y un día a 17 años y 4 meses.

El tribunal, compuesto por los magistrados Ángel Ávila y Delgado, como presidente, José Zurita Morata, Jaime Ruiz-Tapiador Guadalupe, Rafael León Brezosa y Manuel Berence García condenó a muerte a los dos inculpados, sentencia que se hizo firme el 28 de diciembre de 1947 y se ejecutó, en el patio de la prisión provincial, el 26 de noviembre de 1948.

Un funcionario de la Audiencia Provincial, ya jubilado, que fue el encargado de notificar la sentencia a los encausados señaló a nuestro diario que no recordaba muy bien los detalles de la misma aunque creía recordar que Emilio Cabezas y Jacinto Maurelo recibieron su lectura “con bastante normalidad”.

José Luis Murcia (Diario Lanza,  año XLIV nº  14.58, domingo 6 de marzo de 1988, página 3)

El garrote vil es un instrumento de ejecución de la pena capital utilizado en España. Llamado "vil" por estar reservado a la plebe en un principio, ya que las clases sociales elevadas tenían el "privilegio" de ser decapitados con espada.Estuvo vigente en España de forma legal desde 1820 hasta la abolición de la pena de muerte en la Constitución de 1978. También se utilizó en diversos países de Iberoamérica, y durante la conquista.Las últimas ejecuciónes tuvieron lugar en Barcelona en 1975 cuando se le aplicó al anarquista Salvador Puig Antic y ese mismo día en Tarragona al apátrida Heinz Chess.

En teoría el instrumento pretende mediante un tornillo de paso largo presionar el cuello del condenado contra un poste de madera y producir un desnucamiento por luxación del atlas sobre el axis (las dos primeras vértebras cervicales) y algunos modelos para ser más eficaces incorporaban una especie de punzón posterior con el que se "apuntillaba" al reo. La muerte sería instantánea. Sin embargo muchas descripciones confirmaron que la muerte se producía más a menudo por asfixia o extrangulamiento, (probablemente intencionado) y podía durar hasta quince minutos o más. El ejemplar de la foto se encuentra en el museo de la tortura de Santillana.


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