Buscar este blog

lunes, 4 de mayo de 2015

LA CIUDAD QUE NACIÓ DE UN POZO


Vista de Ciudad Real con sus antiguas murallas. La fotografía es del siglo XIX de Jean Laurent

Viajero, lo has visto en tu camino hasta llegar aquí. En esta llanura seca, la tierra, el sol y los hielos, se hacen pan, vino, aceite, que no muy a la zaga van quienes más y mejores lo producen en nuestra Patria. Pero a nadie contamos, y cantamos el milagro de nuestros terrones franciscanos. Otros, con más menguado prodigio, muchos ensalzan lo suyo a grandes voces, para que se oiga, y menos mal sí la recía, honrada, masedumbre de nuestro buen tono no les sirve para motejarnos, cabalgar sobre ella su soberbia, más o menos rellena o vacía.

Viajero, tú has visto, en tu camino de llegada, el cortezón de nuestro terruño, polvoriento y seco y con no pocas asperezas, pero por regalo de Dios, bajo él corre, prodiga la sangre clara y fresca del agua. Y si nos la agenciamos para abrir pozos y sacarla, aunque sea a cubos o a canjilones, hacemos vergeles.

Cuentan que esa agua que sacamos tuvo antes, con el sol, coloquios y amoríos, de colorines y destellos, allá en un paraje conocido por Ruidera. Se sumergió, luego, y, en lo hondo, aguardó la resucitásemos, en pozos, para devolver sus caricias al sol, en verdor de huertas y panizales.

Aquí llueve muy poco. Un pozo es un tesoro, tan grande y valioso, que es capaz de componer pueblos. En remotas épocas, abrieron uno en las encrucijadas de las vías romanas, y tan abundoso era que, con el tiempo, a su vera se afincaron cobreros y colmeneros cristianos. Vinieron al paraje y lo llamaron Llano de las Bellotas: Balalita (donde estaba enclavado el pozo) y sufrió los horrores de los vaivenes de la reconquista hasta que, definitivamente, al comenzar el siglo XIII, lo hizo suyo la cruz en su camino hacia el triunfo de las Navas de Tolosa.

Salteadores y mala gente, ladrona y criminal, dieron en merodear por lo recién liberado de la morisma. Pues, a pesar de ello, los ballesteros y colmeneros cristianos, con los moros y judíos que se iban llegando al pozo (de donde eran vecinos el rico-home de Castilla, Don Gil, y sus hijos Miguel Turro y Ballesteros), y tan bien poblado y capaz quedó que puso cómodo hospedaje, durante cuarenta y cinco días, a la reina Doña Berenguela y a su hijo el rey Fernando el Santo, con sus acompañamientos, cuando “era ella llegada con deseo de velle y comunicalle algunas puridades…”. Fue entonces, en 1245, cuando el rico-home Don Gil, el del pozuelo, logró amparo del rey para la hermandad de ballesteros, que con sus hijos y otros vecinos, en tres cuadrillas tenían forma para exterminio de los salteadores o golfines que infestaban los montes, cometían crímenes, desolaban la comarca, tenían su raíz en los montes de Guadalupe y eran capitaneados por Carchenilla. La una cuadrilla, la de Don Gil, establecida estaba en Pozuelo; y en Ventas de Peña Aguilera y Talavera, respectivamente, las de sus hijos Miguel Turro y Ballesteros. La Hermandad de Cuadrilleros, dura y hasta cruel, por sus procedimientos y por su función benemérita, al correr de los tiempos logró ordenamiento y alcanzó privilegios, como premio a su función, llegando a llamarse Santa Real y Vieja Hermandad hasta que fue disuelta a cabo de siete siglos de creada.

Sello de la carta puebla ciudadrealeña

Casi a la vez, para conformar a los reos que ajusticiaba la Santa Hermandad, colgándolos de los árboles y asaeteándolos para ejemplaridad de las gentes, y para sepultarlos y hacer bien por sus almas, creó Valdivieso, coetáneo de Don Gil, la cofradía de la Caridad. Aún se recuerdan con miedo las célebres horcas de Peralvillo cerca del Guadiana, con su fosa, al pie de una cruz de hierro, colmada de huesos de ajusticiados recogidos por los cofrades de la Caridad.

Corría el reinado de Alfonso X. Maltrecha y doliente, no había medio de repoblar Alarcos para volverla a su antiguo esplendor y grandeza.

Por otro lado, alejadas las fronteras con la morisma, la manchega Orden de Calatrava perdió ímpetu de reconquista; adquirió riquezas, a expensas de territorios anexionados, y los Maestres y freires relajaron sus costumbres y aumentaron su poderío hasta hacerse rivales de los reyes. Para remediar estos males, el sabio Alfonso decidió fundar una “grand e bona villa real”, que, a la vez sucesora de Alarcos, se convirtiese en dique de los calatravos. Por ser lugar sano y apacible, bien enclavado y avanzado en los dominios de la orden: de reconocida fidelidad a la realeza, demostrada en repetidas ocasiones; tener holgura, puesta de manifiesto al hospedar, cumplidamente, a reyes como Don Fernando y Doña Berenguela en sus famosas vistas; por ser apreciable núcleo urbano, compuesto de cristianos leales y nutridos grupos de artesanos moriscos y de judíos ricos, a los que la liberalidad real era tan acomodada… Por todo esto, el político y sabio rey eligió Pozuelo (no tan chico y mezquino como la leyenda cuenta) para su fundación y, además, para repoblarlo y engrandecerlo diole, con largueza, fueros, derechos y privilegios. Posiblemente en 1255, al fundar su villa, desde el alto torreón de la mezquita de Pozuelo (hoy iglesia de Santiago) Don Alfonso señalara lindes territoriales y marcara bien amurallado contorno a su caserío.

La villa se mantuvo siempre noble y fiel a su mandato y a la realeza, y así, cuando Don Juan II, en 1420, cercado y apretado estaba en el Castillo de Montalbán, los ballesteros de la Hermandad de la Villa Real, presto acudieron en su auxilio, y como recompensa de ello y a petición de los propios realengos, elevado les fue la villa a ciudad. Desde entonces el mote de “Muy noble y muy leal Ciudad Real” adorna su escudo heráldico en el que representado está Alfonso X, el fundador, con los atributos reales y sentado bajo arco almenado, en cerrado recinto fuertemente amurallado. La ciudad, orgullosa, muestra de continuo sus blasones, y no los cede, ni a otros se acomoda; y como cabeza de la provincia, a la que da nombre, repugna, dolida y ofendida, cualquier representación heráldica provincial que se adopte si vienen desvirtuadas sus armas, tan en buena lid ganadas y mantenidas, en el honrado pasado, y conservadas, en su honesto presente.

En la historia de Ciudad Real, durante el reinado de Isabel y Fernando, dos hechos revisten capital importancia. El primero, el establecimiento, en Barrionuevo, del Tribunal de la Inquisición, creado para mantener la unidad política y religiosa. Tras corta actuación aquí, pasó a Toledo.

Tapa de alcantarilla de la Plaza del Pilar, que hace alusión al Pozuelo Seco y la fundación de Villa Real

El otro hecho fue la creación de la Real Chancillería, en el edificio situado al otro extremo del Prado, frente a Santa María, para acercar, al centro de la nación, el Tribunal que la reconquista total de Andalucía necesitaba. También nos fue arrebatado, para alejarlo a Granada. Y hasta el documento fundacional, firmado por Isabel, ha desaparecido de nuestro archivo.

Odio, periódicas persecuciones y matanzas de judíos, ensangrientan las páginas completas de nuestra historia. Entristecen leer otras porque nos relatan el empobrecimiento que la expulsión de los moriscos trajo a toda España y fue miseria y penuria extrema para Ciudad Real. Pues en auténtica llegada de descampado quedó su recinto, al convertirse en eriales la riqueza de los profesos huertos abandonados por los moriscos en su populoso barrio.

El establecimiento, en nuestra ciudad, de la Real Tesorería y Contaduría, en el siglo XVII dio respiro de bonanza a los realengos, pues al hacer a su ciudad Cabeza de Partido de hecho, se convirtió en capital de la Mancha. Pero en 1750, arrebatáronle este privilegio, que pasó a Almagro. La población quedó tan mermada que sólo se contaban 800 vecinos, según relatan, hasta que en 1761 le devolvieron la capitalidad, que consolidada quedó, posteriormente, con demarcación administrativa propia, como provincia de Ciudad Real.

Don Baldomero Espartero, ilustre manchego, nacido en Granátula, que llegó a ser Príncipe de la Paz, creó en 1848, en Ciudad Real, el famoso instituto.

Al crearse, en 1879, en nuestra provincia, el Obispado Priorato de las Cuatro Órdenes Militares, la parroquia de Santa María del Prado se erigió en su sede catedralicia y fue su primer Obispo-Prior Don Victoriano Guisasola, muerto siendo Arzobispo de Compostela.

Te diré, como final, viajero amigo, que equivocada, pobre o rica, guapa o fea, trabajadora, dolorosa…, quiero a mi ciudad y ¡nadie me la toque!, que, sea quien sea, no he de consentirlo.

Pues, sobre todo, es buena, y es mía, y muy señorona, y a nadie llama y a todos abraza, aunque en malsanos Judas se le vuelvan luego. Si en el trance de piropearla me ponen, buscando y rebuscando, no encontraría otro piropo más grande, más bello, más varonil que decirle: ¡madre! Y darle un beso en la boca.

Julián Alonso Rodríguez (Diario Lanza, jueves 29 de enero de 1998)

Monumento homenaje al “Pozo de Don Gil” en el centro de nuestra ciudad


1 comentario:

  1. Estimado Emilio,
    me parecen interesantísimos todos sus artículos y me leo hasta la última coma, denos algún día de tregua que no me da tiempo a leer todos los días el blog..

    ResponderEliminar