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domingo, 14 de junio de 2015

TAMBIÉN CIUDAD REAL TUVO SU ALCÁZAR



Con el año 1256 cuando, ante la rabia e indignación de los calatravos, don Alfonso el Sabio mandaba a los de Villa Real que cortarán y trajeran madera, sin pagar portazgo alguno, para que construyeran su regio alcázar. Se ubicó éste en la zona Suroeste de la ciudad, adosado a un lienzo de la muralla, entre las que serían después Puertas de La Mata y de Granada, y aunque no se sabe con exactitud cuándo finalizó su edificación, sí aseguran algunos historiadores que el mismo don Alfonso llegó a ocuparlo cuando se dirigía a hacerle la guerra al moro.

En 1275, durante el viaje que efectuó el “Sabio Monarca” a Roma, se encargó de la dirección del reino, con el aprobamiento de sus vasallos, su primogénito don Fernando, por sobrenombre De la Cerda, “por causa de una muy señalada y larga con que nació en las espaldas”. Era don Fernando Infante de Castilla, y estaba casado con doña Blanca de Francia, hija de Luis IX (San Luis). Preparó a sus huestes para combatir contra los moros de Granada, pero cuando se encaminaba hacia las tierras meridionales de la península, “adoleció de gran dolencia” en Villa Real. Viendo próxima su muerte el infante don Fernando, trató de asegurar sus derechos al trono a su hijo primogénito. Don Fernando habló con don Juan Núñez, dice la crónica del rey sabio, “é rogole mucho afincadamente que ayudase e ficiese en manera que D. Alfonso, fijo desde Don Fernando, heredase los reinos después de días del rey Don Alfonso, su padre”.

El 25 de julio del citado 1275 moría en el alcázar de Villa Real, donde se alojaba, el infante Don Fernando De la Cerda. “Llevaronle a enterrar a las Huelgas de Burgos, manifiesta la crónica, ca allí avía él escogido su enterramiento”.

Procedente de Burgos venía Don Sancho, segundogénito del rey castellano Don Alfonso X, cuando en el camino se enteró de la muerte de su hermano mayor. Al llegar a Villa Real persuadió a D. Lope Díaz de Haro, Señor de Vizcaya, y a los ricos-hombres y caballeros que todavía se encontraban aquí, haciéndose proclamar heredero de la corona frente a la legitimidad de los hijos de su hermano Don Fernando, los infantes De la Cerda.

Tras un momento de titubeo, el rey Don Alfonso el Sabio, se inclinó resuelto y decidido por sus nietos. El indómito y reacio Don Sancho se rebeló contra su padre con la ayuda de las Hermandades de Castilla y de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava y San Juan, y premeditando el ganarse la simpatía y benevolencia de los caballeros calatravos, cuando se encontraba en Córdoba el 7 de agosto de 1280, despachó un documento en el que donaba el Señorío de Villa Real, con sus pertenencias, a favor del maestre de la Orden de Calatrava. En el año 1431 visitó y permaneció durante quince días en el alcázar de Ciudad Real el rey de Castilla, Don Juan II, a su paso para Andalucía. En el capítulo XIII de la crónica de este monarca, se dice lo siguiente respecto al acontecimiento: De cómo estando el rey en Ciudad Real hizo un terremoto asaz grande en que cayeron algunas almenas del alcázar, en esta forma:

“Estando el rey en su alcázar en martes a veinte y quatro días del mes de abril del dicho año (1431), quato a hora de vísperas hizo un terremoto en que cayeron algunas almenas del alcázar, e muchas tejas, e abriose una pared en el monasterio desa ciudad, e cayeron dos piedras de la bóveda de la capilla de la iglesia de San Pedro.

El rey estaba dormiendo, e como sintió el terremoto, salió a muy gran prisa al patio del alcázar, e dende al campo”· Balcázar, del que hemos reproducido la transcripción anterior, también nos dice que, según el historiador Juan Almenara y Mexia “al año siguiente (1432) se sintió en Ciudad Real otro gran terremoto, por el cual se hundieron muchas casas, y el Real Alcázar quedó en estado tan ruinoso que los reyes no volvieron a habitarlo”.
 

Al contraer matrimonio en 1455, Don Enrique IV con Doña Juana de Portugal, este rey, con el fin de mantener a Ciudad Real fuera de su enajenamiento, se le otorgó a la reina como parte de la dote, poniendo Doña Juana tanto interés en su Señorío particular, que visita la ciudad varias ocasiones, y en 1473, encarga al corregidor Juan Bobadilla la compra de unas casas colindantes con el alcázar, para después ser derribadas, aprovechando sus materiales para levantar una nueva torre que sirvió de ampliación al regio palacio.

Muerto el impotente Don Enrique IV en 1474, las desavenencias en la nación, con motivo de la sucesión a la corona, fueron graves y notables. Uno de los primeros en ponerse al lado de Doña Juana la “Beltraneja” fue el maestre de Calatrava, Don Rodrigo Téllez Girón, que contaba tan sólo 16 años de edad, animado por los consejos de su primo Diego López de Pacheco, marqués de Villena, y de su hermano Alonso, conde de Ureña, en cuya custodia se hallaba la “Beltraneja”, hija del mencionado monarca Don Enrique IV.

Llegó el maestre Téllez Girón a Ciudad Real, donde mantenían su fidelidad a la reina Doña Isabel la Católica, con la esperanza de ganarse la confianza de los realengos, pero como vio agotados todos los recursos y engaños sin posibilidad de acuerdo alguno, echó mano a otras artimañas, tales como el hacer valer, según él, el título de donación que había aprobado con su firma Sancho el Bravo y que jamás los de nuestra ciudad quisieron reconocer. Por esta causa se entablaron diversas congruencias que terminaron en dramático desenlace. Según la tradición histórica de cronistas antiguos, en una de las sesiones o reuniones que mantuvieron en el alcázar el maestre Téllez Girón y varios vecinos de Ciudad Real, representados por Fernando de Poblete, los realengos se negaron a entregar la ciudad al soberbio maestre. Al salir los dos comisionados del salón del palacio a un patio contiguo y “estando hablando debajo de un granado que había en él, sacó un puñal el maestre y dio por las tripas una puñalada a Fernando de Poblete y se retiró dejándole muerto”. Ante este suceso, los compromisos y avenencias ya acordados dieron marcha atrás, quedando el vecindario dividido en dos partidos, uno fiel al juramento de fidelidad otorgado hacia los Reyes Católicos, y el otro prestando ayuda al maestre de Calatrava.

Dentro de la servidumbre que habitaba el alcázar se encontraba algunos simpatizantes del maestre, los que puestos de acuerdo con él, le facilitaron la salida “traidoramente” por un postigo que salía al campo, el que después se denominaría “Postigo de la Traición”. Después de dura batalla entre calatravos y realengos, leales y traidores, los primeros se adueñaron de la ciudad. Enterados los Reyes Católicos de aquella sangrienta contienda, enviaron en ayuda y auxilio de los atemorizados vecinos al conde de Cabra con numeroso ejército y al maestre de la Orden de Santiago, D. Rodrigo Manrique (padre del que fue famoso poeta, Jorge Manrique), los que unidos con los leales de la ciudad lograron arrojar a los calatravos fuera de sus dominios.

Estos tristes acontecimientos, originaron que los Reyes Católicos determinaran “que fueran destruidas y arruinadas muchas de las casas que habían servido de defensa a los contrarios”, haciendo donación del alcázar de Ciudad Real a D. Fernando Cervera, natural de esta ciudad, que estaba al servicio de la corte como apoderado de los monarcas, despachándose cédula de posesión en Valladolid con fecha 15 de agosto de 1475.

De aquel antiguo alcázar sólo queda hoy un arco de puerta ojival, del que Eduardo Portuondo hacía la siguiente descripción a principios de nuestro siglo: “…las dovelas del arco tienen el frente liso y vertical, lo que le da una sencillez extrema. Su único adorno es un bocel cuyo saliente bordea el arco, próximo a la arista externa del intradós, interrumpiendo la estrecha línea del bocel unas piedras algo más gruesas y salientes, dos en la parte superior y otras dos promediando las descendentes. Sobre estas piedras o pequeños sillarejos, bien pudieron estar tallados como se dice, signos heráldicos y cabezas de leones formando parejas, como signos heráldicos de Don Alfonso el Sabio; pero lo cierto es que, en su estado actual no puede afirmarse sino en razón a su verosimilitud por no llevar rastro de otro blasón la puerta. El arco no es nada estrecho en su vano, al contrario de lo que era más general en el siglo XIII, al que corresponde. Se halla asentado sobre fuertes y bajos machones laterales y por la espalda forma un recinto más alto que su clave, cubierto por una bovedilla rebajada”.

El citado arco de la puerta del alcázar se halla en la actualidad en la zona que lleva su mismo nombre. “Torreón del Alcázar”, para que grandes y chicos tratemos de comprender, como efemérides histórica, lo que significó para nuestra ciudad aquel regio palacio, donde todos los reyes medievales dejaron huella y desprendieron historia.

Francisco Pérez Limón (Diario Lanza, Extra Feria de Ciudad Real, 14 de agosto de 1990, páginas 28 y 29)



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