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miércoles, 8 de julio de 2015

LA CRUZ DE LOS CASADOS



Al fundarse la orden militar y religiosa de Calatrava, la más antigua de las españolas, merced a la iniciativa del abad Raimundo de Fitero, allá por el año 1.158, empezó la intranquilidad en los pueblos comarcanos del campo de la Orden, pues los aguerridos calatravos sembraron el terror en los caminos, encerrando en las mazmorras del convento a los labriegos que cortaban leña de sus montes o se aprovechaban de los frutos de sus campos, sometiéndolos muchas veces a horribles torturas.

La llama del odio se fue avivando con tales desmanes bravucones, entablándose una sangrienta contienda en el año 1.324, siendo Maestre de la Orden D. Garci López de Padilla, que reto a sangre y fuego a los del pueblo realengo, por no atender su requerimiento de ser expulsados de Villa Real el Clavero de Calatrava D. Juan Núñez del Prado y varios caballeros de ilustre linaje, pertenecientes a la misma Orden, que se refugiaron en esta villa, después de ser derrotados por los moros en Baena.

Garci López de Padilla, herido su orgullo bélico, junto a su gente de armas tomar, fortificó su villa de Miguel Turra, y al frente de sus bien pertrechados caballeros, mimados del valeroso Marte, partió para Villarreal, encontrándose en un llano que hay en el promedio del camino que une ambos pueblos, conocido por el paraje de Malas Tardes, con la mesnada enemiga, mandada por el Clavero D. Juan Núñez del Prado, que lo venció tras cruenta batalla, haciéndolo huir a caballo, seguido de algunos caballeros.

No se contentaron, sin embargo, los de la villa de Alfonso X, con su triunfo en la lucha, y desoyendo los consejos del Clavero y de los frailes, capitaneados por Remondo Núñez de Pozuelo, entraron en Miguel Turra, saqueando la villa, quemándola toda y deshonrando sus mujeres como unos forajidos.

¡Fue la venganza bárbara de los de Villa Real a los agravios inferidos durante tantos años por los caballeros de rancio abolengo!

Pero pronto volvió a reinar la paz: Alfonso XI dictó sentencia declarando pertenencia de la Orden de Calatrava las aldeas de Miguel Turra, Benavente, Alcolea, Picón, Sedano, Turrillo, Hernán Caballero, Peralvillo, La Celada, Porzuna y Robledo  y las ruedas y aceñas de Batanejo, Batán el nuevo, Gajión, Espino, Pedro Sancho, Emperador, Salcedo y Torrecilla, y concediendo a los villarrealengos pingües privilegios que garantizasen la paz entre ambos bandos enemigos.

Existían, no obstante, dos familias rivales, enemigas de muerte, en Villarreal y Miguel Turra: Alvar Gómez de Piedrabuena, acaudalado hidalgo partidario del Maestre Garci López de Padilla, al regresar a su mansión después de la batalla de Malas Tardes encontró su hacienda destruida, a su padre asesinado y a sus hermanas deshonradas; y entonces declaró un feroz odio a Remondo Núñez de Pozuelo, vecino de Villarreal, odio que no queriendo fuese extinto algún día, hizo jurar a sus hijos en la persona de Remondo y sus descendientes.

Y nuevamente dieron comienzo los atropellos, las violaciones, hasta el punto de habernos legado la tradición demótica la sabrosa y picaresca seguidilla popular:


Dende que aquí vinieron
los calatravos,
ya las casas sin hijos
tién unos cuantos.
Y se ven por los campos
tuicas las mozas
con las faldas d’adelante
demasiao cortas.

La semilla del odio, sembrada muchos años antes, no llegó a germinar en los descendientes de Alvar Gómez de Piedrabuena y Remondo Núñez de Pozuelo, al contrario, floreció en los corazones de Blanca, hija del Villarrealengo, y de Sancho, primogénito del calatravo, la rosada flor del amor, grande, sublime, pasional, que fue bien visto desde el primer momento por los vecinos de Villarreal y Miguel Turra, anhelosos de sellar con el casamiento de los enamorados la paz de las villas, turbada continuamente con crueles escaramuzas guerreras, completamente estériles.

Pero no se avenía el espíritu de concordia que reinaba en los pueblos con el mutuo encono despertado a la sazón en los padres de los enamorados, con más potencia que nunca a tener noticia por Fray Ambrosio, Prior del Convento de Franciscanos de Villarreal (que deseaba celebrar con las nupcias de los novios la reconciliación del acaudalado amigo del Maestre López de Padilla y del amigo del Clavero Núñez), de los amores de sus hijos.

Y un día, aconsejados por el Prior Ambrosio, que ante la perspectiva de un rapto seguido de una fuga a tierras moras, quería administrar a los enamorados el Sacramento del matrimonio. Blanca ya mediada la noche, abandonó la casa paterna, saliendo de la villa por la Puerta de Alarcos, esperándola en el Humilladero su idolatrado Sancho y el Prior franciscano, y allí, el ministro de Dios, santificó sus castos, sus puros amores.

Más la felicidad es poco duradera: Remondo, una vez notada la fuga de su hija, salió en su persecución con su gente, dándole alcance en el Humilladero, donde mató de una estocada al buen Prior que protegía a Blanca de las iras paternales, y atravesole el corazón a su hija mientras las tizonas de su gente daban en tierra con Sancho, que fallecía al pie de su amada.

Al día siguiente, las gentes de Villarreal, levantaron una cruz en el rollo del Humilladero; símbolo santo que hasta nuestros días conocen las gentes del llano con el romántico nombre de Cruz de los Casados, y al pasar por frente a ella todavía se descubren con veneración, superstición o miedo, los honrados labriegos de carnes tostadas, que con el cierzo invernazo y el sol de la canícula cultivan el pardo terruño.

ROLANDO DE CALATRAVA (Diario “Vida Manchega”, Año XIII, número 1.340, 23 de marzo de 1925, portada).

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