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sábado, 18 de junio de 2016

LA PUERTA DEL PERDÓN DE LA CATEDRAL



En no lejana fecha, hube de acompañar a un matrimonio forastero para mostrarle lo que queda, -¡lo que nos van dejando!- de añejo e interesante de añejo e interesante en nuestro antiguo recinto amurallado, y no fueron livianos mis apuros para salir airoso de tan dura prueba, pues no es cosa de poca monta la incompetencia del guía, unida al desastre de lo que aún puede enseñarse -y de lo que no puede ocultarse-, máxime si el visitante viene borracho de belleza bebida, a jarrillas, en lugares tan cuidados con su pasado como Toledo, Segovia, Ávila...

Veníamos de la Plaza Mayor; donde les había leído lo que sobre su historia y secular torería divulgué en Lanza el  3  de agosto de  1955. Llegamos a la calle Reyes, donde nos fue concedido asomarnos a un balcón de ella, frontero al imafronte catedralicio, para mal apreciar, desde lo alto, lo que desde la calle, frente a frente, debía enseñarse con orgullo, si no lo velara  una tapieja de ladrillo absurda y vergonzosa para tan rancio templo. Oculta, nada menos, la puerta principal del Prado, Iglesia Catedral del Obispado Priorato de las Cuatro Órdenes Militares.

Dio,  en tiempos remotos, entrada a los fieles por la calle de Reyes, pero interceptada quedó por el coro colocado, tras ella, a los pies del templo. Sin embargo, algunas veces se abría y  así ocurrió el  19  de abril de  1860 en que a las cinco de la tarde y ante la persistente sequía sacaran a la Virgen del Prado en procesión de rogativas y siguiera una larga carrera en la cual estaba incluido el espacio que, fuera de las murallas, existe entre la puerta de Toledo, por donde, hacia la izquierda, salió al campo, y la del Carmen ingreso en la ciudad. La Patrona llegó a su casa a las nueve de la noche.

En el dintel de mi memoria existe el recuerdo de ver accidentalmente franca la puerta del Perdón de Santa María cuando las desdichadas obras de primeros de siglo. Después, cerrada, se admiraba al exterior, tras reja. Pero hace poco, al reintegrarse el coro a los pies de la nave desde el altar mayor (donde lo llevaron cuando las obras citadas) arrancaron la reja y con ella celaron el coro y, para librar de injurias la parte externa de la puerta del Perdón, desprotegida, no se tuvo acuerdo más infeliz que ocultarla a la contemplación con la mentada tapieja, indecorosa, que une los dos contrafuertes que la enmarcan.

En el balcón frontero asomados (según os decía) leí a mis amigos visitantes "de pe a pa", la descripción que hace Ramírez de Arellano en uno de sus trabajos, y entrecomillo:

"Esta portada, último resto de la primitiva iglesia, es de las postrimerías del XIII o primeros del XIV. Tiene un arco apuntado, otros dos, resaltados con ligeras reminiscencias del arte bizantino. Es muy probable que haya cambiado de sitio, porque en ella se ve claramente que ha sido desguazada y vuelta a montar y tal vez lo fuera en el mismo lugar en que antes estuvo".


"El arco practicable es completamente liso; y los otros dos tienen adornos de flores cuatrifolias y medias figuras humanas. Se ve que todas éstas tienen brazos y que unos se dirigen hacia la parte de afuera, como pretendiendo levantar la masa que sobre ellos pesa, y otros van hacia adentro, simulando un movimiento de apoyo o fuerza para levantar el peso de arriba con todo él cuerpo.

Por ello no hay más remedio que confesar que todas las dovelas en donde hay figuras fueron del arco segundo que tenía encima un peso, y que el tercero, o de afuera, que hacía el peso, se formaba sólo de dovelas ornamentadas de flores y hojas, y como hoy se ven mezcladas flores y figuras tanto en el arco segundo, o sea, en el del enmedio, como en el tercero, o de afuera, hay que convenir que la portada fue desmontada al hacerse la nueva iglesia y el arquitecto que la reconstruyó no se fijó en la falta de lógica de la nueva colocación, o los albañiles las colocaron a su antojo, sin que hubiera dirección inteligente para la obra".

"La portada, pues, perteneció a una iglesia, la primitiva, y que desguazada se reconstruyó al hacer el templo posterior".

"Sobre ella existe una claraboya de rosetones lobulados –en  número de diez y nueve-  análoga a la de Alarcos –que también tiene el mismo número de rosetones-. Como la claraboya es posterior, no obstante ser del XIV, y en el muro no hay huellas de dos, construcciones diferentes, habremos de suponer que en el mismo lugar del actual hubo tres templos sucesivos.  Uno, el primitivo, al cual corresponde la puerta del Perdón en su estado original y lógico de distribución de novelas; el segundo, al que corresponden la puerta desmontada y vuelta a montar y el rosetón; y el tercero, el actual, que respetó el imafronte del segundo sin hacer otra cosa que voltear el gran arco que hay sobre el rosetón y elevar los muros a la altura actual. Y haciendo caso de la tradición, habríamos de contar como más primitivo templo aún, la ermiteja de cachas, primero, y de piedra y barro, después, en que guardaron los colmeneros del Pozuelo de Don Gil a la recién aparecida Señora del Prado".

"El imafronte se completa con cuatro robustos botareles hechos, en el siglo XVII, para
fortificar la fábrica que ya estaba ruinosa y cuya obra, según Hervás, se contrató, por la iglesia, con el maestro cantero Ignacio Vélez Calderón, en julio de  1651. En uno de los estribos hay una inscripción en la que perfectamente puede leerse:


"S.M. la
mayor, año
1653".

Muchos y jugosos comentarios hicieron los forasteros. Rechacé unos, acepté otros; disculpé los que pude, pero algunos fue forzoso dejarlos en pie.

Seguimos el recorrido. Por el exterior de Santa María vimos cómo, por fortuna, van  librando de yeso la sencilla, gótica, puerta de la umbría y pasamos al interior, donde antes de seguir la visita, los llevé a las plantas de la valenciana novísima efigie de la Patrona, de mayor unción que la un poco menos reciente y  poco duradera –por precozmente carcomida-  y guapa, pero no devota, salida de talleres catalanes. Para ser imaginero hace falta algo más que ser escultor.

...Y no tuve más remedio que hablarles de la Morenita, primitiva, secular, hace veinte años desaparecida, imagen de la Virgen del Prado esculpida en madera en el siglo XIV,
a lo que parecía.

Cuentan –les dije- que estaba sentada y vestida de oro y estofa. El pelo, la toca y la corona eran igualmente en talla. Con la mano izquierda sostenía al Hijo, acurrucadico en su rodilla del mismo lado. Los siglos posteriores –el XVII-, los regidores, el párroco y el mayordomo, para hacerla parecer posada y vestirla de telas, de acuerdo con deplorable y  funesta moda, forzaban a Antonio Poblete a mutilar la imagen y desprenderle el Niño de la rodilla. Se resistió y no lo verificó. Fue Francisco Carrillo quien por fin, consumó, hachazos, y perfiló, con sierra, el hecho, destrozando bárbaramente la escultura al cortarle los pies y desgajarle las rodillas, para dejarla con menos anchuras. Es fama que, a los golpes de hacha, tembló la iglesia y  cayó una piedra de la  bóveda. Merecía ser cierta la leyenda, pues ¡naturál! es que se conmoviera el Cielo y la Tierra ante tan atroz devastación inculta y profanadora. ¡Cuántas piedras, de cuántas iglesias, habían de caer si de castigar desaguisados actuales se tratara!

Poblete cogió el trozo mayor arrancado y en él talló una estatuilla que llevó consigo cuando pasó a América y en Lima la depositó en las Agustinas, donde sigue venerándose con la misma advocación del Prado.


Aquella imagen de la Virgen destrozada, cuyas mutilaciones ocultaron desde entonces con encajes y jubones, preciosos, y telas de seda y oro, riquísimas, y que se cubría con mantos, valiosos; con manos nuevas sujetando al pecho al Niño renovado en su totalidad, menos la cabeza que era la auténtica; mostrando su faz sonriente, atrayente, bonachona, maternal, de matrona manchega tostada por soles de eras y pulida con ciertos peinados, con púas de plata de olivares; posada sobre trono argénteo; orlada con nimbo, rayonado, colgado de campanillas gañaneras, dulcificó nuestra niñez; disculpó nuestras distracciones ámatorias mientras paseaba, campechana, por su Prado. Perdonó, benévola, nuestras picardías moceriles; colmó de ansias de oraciones el corazón de nuestras madres, y la añoraremos, siempre, los que la  veneramos, y quién sabe, quién sabe, si desaparecida, pero no destruida -¡esperanza nuestra!-  algún día retorne a Ciudad Real para que la Madre de Dios, en ese simulacro "vuelva a nosotros -a todos!- esos sus ojos misericordiosos" realizándose así, por segunda vez y  verdaderamente, lo que reza la tradición y cantan los gozos de su novena, sobre su aparición e incorporación a la ciudad. Porque otro Floraz la halle y otro Marcelo Colino nos la entregue.

¡Ojala! ¡¡Esperanza nuestra!!!

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, miércoles 14 de agosto de 1957, página 7.


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