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viernes, 24 de marzo de 2017

EL MEJOR PREGÓN HISTÓRICO DE LA SEMANA SANTA DE CIUDAD REAL (I)



El viernes de Dolores 23 de marzo de 1956, el que fuera Cronista Oficial de nuestra Ciudad, D. Julián Alonso Rodríguez, pronunció en el teatro Cervantes, sin duda el mejor Pregón histórico de la Semana Santa de Ciudad Real, que se haya dado hasta el día de hoy. Por este motivo voy a reproducir a partir de hoy el mismo, ya que merece leerlo detenidamente, y enterarse como vivían y participaban en la Semana Santa nuestros antepasados.

Y llegó el pregonero trashumante. Dice no hagáis caso, por engañosas, de las palabras que la ha dirigido, al anunciarlo, don Pascual Crespo Campesino, Presidente de la Comisión Permanente de la Asociación de Cofradías de Semana Santa. Acepta, conmovido, el cariño con que las dijo, pero rechaza los elogios por descomedidos.

Trae las albarcas imponentes de polvo y lodo de caminos y años; la manta deshilachada y colgadiza; pringosa la montera de pellica de conejo; sudorosa la pelambrera; mucho placer –todo el de retornar a sus terrones- en la cara socarrona y sin rapar, y, en sus alforjas, unos coscurros de pan seco y queso duro y cebollas, ajos porros, y una “almorzá” de bellotas –que así es de austero el pregonero cuando no tiene otra cosa que comer-, y la emoción, recóndita y grata, de recordar que, cuando aún no sabía distinguir la I de la O, en 1908, en fiesta centenaria de la Guerra de la Independencia, aquí mismo recitó, balbuciente, un trozo escogido, patriótico, que traía el Catón en una de sus primeras páginas.

“Nunca renegaré de mi Patria” –terminaba el trozo escogido- y, en verdad, no ha sido infiel el pregonero a lo que dijo antaño. No renegó de su Patria grande, que es España; ni de su patria chica, que es La Mancha; ni de esa patria pequeñeja y bien amada, que eres tú mi Ciudad Real.

Como escapulario de pícaro, al cuello lleva la bota para tenerla presta a la boca y de besarla y santiguarla devotamente, y tan de continuo, escurridica y terciada está en sus entrañas espesas y tintas como la sangre, y ardientes, como el sol nuestro de cada día.

En el pañuelo de hierbas, atado por los cuatro picos, viene el paquete de sus toscos, sanos y mejores saludos y deseo de llegada. Son para vosotros. Los tradicionales de la gañanía: “¡la paz de Dios sea con todos!”.

Desde las calientes tierras de Andalucía también trae su regalo para vosotras. Es un hacecillo de claveles rojos y de ramas de naranjo florecidas de azahares. Son para Pradito, Mercedes, Manolita, María, Isabel, Julia, Victorina, Lola, Carmen, Angelita, Matilde, Asunción…


-¡“Pa” las mozas de mi tiempo! –dice; y no se da cuenta del tiempo.

No se da cuenta del tiempo y porfía; ¡Y tiene razón!, que si ahora las llaman Pradi, Merche, Mary, Lole, Luchy, Mamem, Tere, Sol, Bel… son tan guapas y tan santas y tan manchegas y tan mujeres ¡y pariguales a aquellas que amó tanto el pregonero!

Para estas y para las otras, su brazado de flores. Para obsequiaros no pudo traer otra cosa su miseria y aun, para esta pobreza, hubo de empeñar, en el camino, a su mejor amigo, a su único bien, al tamborcico, que hacía “compaña” a sus pregones. No rechacéis el regalico y prendedlo en la mantilla almagreña, singular celosía barroca para vuestra mirada al Sacramento del Monumento de Jueves Santo del recoleto convento de las azules y blancas monjitas “terreras”. Azul y blanco como el manto de la Orden de Carlos III del Canónigo de Toledo, paisano nuestro, don Domingo Sánchez-Gijón, Tesorero de la S. I. Primada de Toledo, del Consejo de su Majestad, Subsecretario y Superintendente de religiosas del Arzobispado de Toledo. Con él,

“Del color de los cielos,
azul y blanco,
a la Virgen del Prado,
le han hecho un manto”,

como reza la seguidilla pandorguera que tantas veces escuchó cantar el pregonero, en su juventud, al nunca bien llorado “Mazantini”.

En no sé qué lugar, pregonó la chiva del tío “Marmeto” y la mula, parda, que perdió el hermano Anselmo y, negra, apareció en el ferial de Almagro, y, en otro pueblo, la llegada del sacacuartos de la contribución y la carne de “la mula Cariñosa”. Pero lo que más le gusta pregonar son las funciones de títeres en el corralón de la posada. Para ver a la mona sabia y la cabra equilibrista, corren las mujeres, con la silla baja al cuadril, al punto que oyen el pregón, y él, luego que concluye de echarlo, con la colilla rechupada colgando de un labio, va también a los títeres con otros hombrones, sus amigos; porque la titiritera que anda por una cuerda y sube por los columpios… ¡“Pa” qué voy a contar a ustedes!



Con mucha seriedad, con aires de “leído y escribido”, razona que pregonar es decir a voces las cualidades de lo pregonado, para que las conozcan quienes escuchan; pero que como las de nuestra Semana Santa son suavísimas, embriagadoras y penetrantes esencias, gritarlas y vocearlas es cosa ruda, y que, entiende, lo propio es cantarlas… y le sobra razón. La Semana Santa nuestra se canta…, pero él no sabe cantar como las campanas y la Fama y la alondra madrugadora y los cohetes, y como el doncel juglar, gallardo, travieso y varonil, de bonetillo verde con petulante pluma de azor; con laúd a la espalda y hambre a hartar; con labia de ingenio y calor destreza de juventud y ecos de distancia hiciera de castillo en venta, de aldea en encrucijada, de posada en palacio, con las leyendas e historias que su trovador le compusiera. Tal que aquellas de la mora de la Lentejuela que resucita sus ojos, todos los años, en las alas de una mariposa blanca; y el Cristo del Muro, y la judía de Barrionuevo a quien miró el Nazareno de Santo Domingo, y la hazaña del Ave María clavada en la mora Granada, y las derrotas de Alfonso, en Alarcos, y de El Miramamolín, en las Navas, y las gestas de Malastardes, y de la invasión cuenta del Maestre, beltranejo, a la Ciudad Real fiel a Isabel, y los “casaos” muertos ante el rollo de la ciudad, y la desecación en 1868, según el plan de los señores Maldonado y Treviño, de los charcos, pantanosos, de los Terreros, con la tierra del cerro del Calvario Transportada por la histórica máquina del tren “Miguel de Cervantes”, en los tiempos de don Agustín Salido, librándonos de la peste palúdica, secular, al llegar el último tren de tierra, el día 21 de julio del mismo año, a la laguna “Longuera”.

¿Qué podrá hacer el pobre pregonero destripaterrones si es incapaz de cantar? Mucho teme que el negocio en que le han metido le lleve, como al del dicho, y por toda ganancia, por el derrumbadero de pregonero a verdugo.

Cazurro, que no bellaco, trae escondido, entre la faja prieta, un rebosado y ratonado cuardernillo escrito, que perdido halló en un acirate del camino real. asegura que no vale el cuarto que le dan por sus pregones, y a mí se me parece que si lo guarda con tanto cuidado, por algo será, y que si de lo escrito siempre se saca enjundia, contentos habíamos de quedar si con alguna y sabrosa topásemos, hojeándolo y leyéndolo.

Como las dos últimas hojas del cuardenillo están en blanco, quiero que, en la penúltima, escribamos –fijaos bien: “escribamos” –como recuerdo de justicia, los nombres de los restauradores, que, con fe y entusiasmo, convirtieron en valiosa y encantadora la Semana Santa que agonizaba, fea y astrosa, al comenzar el siglo: Rubisco, don Federico, Rojas, Acosta, Rueda, Cárdenas, Medrano, Montero, Martín Serrano, López, Menchero, los Perez, Gallego, Ayala, Cuevas, Alcázar, Cava, Messía de la Cerda, Paco Herencia… y los párrocos Bermúdez, Espadas y don Emiliano.

Si falta alguno, añadidlo vosotros, pues todos somos deudores de gratitud, y no nos es permitido olvidar a nadie.


Y lo haremos con igual letra que en la antepenúltima hoja que escribió quien la escribiera, cómo en el siglo XVIII hubo también otra quiebra peligrosa que otros hombres beneméritos de aquella época consiguieron vencer, y elevar al éxito, con su empeño.

Escuchad lo que pone: “En 1786, el Alguacil Mayor de Ciudad Real, don Manuel García Pavón, dispuso traer, a su costa, 700 varas de holandilla encarnada. Con ella se hicieron 55 túnicas que cortó el maestro Juan Baquero y las cosió, con la asistencia de seis oficiales, en las casas del Alguacil, el cual también costeó las libras de cera necesarias para 55 hachas que labró José Malagón. De este modo pudo levantarse la perdida Hermandad del Santísimo Ecce Homo de San Tiago”. En realidad, el rasgo de Alguacil sólo tuvo valor de adelanto, pues “se obligaron los hermanos a pagar la túnica el día de San Juan de aquel año, y la cera en Santa María de Agosto”.

“La Hermandad de la Dolorosa de Santa María” –ya se la llamaba Dolorosa a aquella encantadora efigie –“se reformó este año y salió con tal lujo” –indudablemente siempre ha sido Hermandad selecta –“que se cortaron 110 túnicas nuevas”. ¿Llegarán a tantas las nuevas y viejas hoy?

“Entraron en celo los feligreses de San Pedro y la Hermandad de la Oración del Huerto llevó muchas túnicas nuevas, con lo que quedó a tono con las otras. Entonces era cura párroco de esta iglesia don Tomás Montesinos, que llamó la atención por su sabiduría”.

Y los nombres de don Fernando de Nureña y su mujer doña Ursula de Castro, fundadores de la Hermandad de la Santa Espina, en lugar destacado han de ser escritos.

La postrera plana quiera Dios que, por fortuna, en blanco permanezca muchos años, porque siga siendo presente y en alza, el esfuerzo de titanes de quienes, sobre el desastre de la ruina absoluta, habéis construido la filigrana fastuosa y brillante de la actual Semana Santa de mi tierra colocándola en lugar preferente del mapa de la España cofradiera.


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