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domingo, 24 de septiembre de 2017

PUENTE NOLAYA


 
El puente Nolaya a principios de los años setenta del pasado siglo

En la carretera Ciudad Real-Toledo a pocos kilómetros de Ciudad Real, se encuentra el nuevo Puente Nolaya inaugurado en el año 1973. Desde el nuevo puente podemos ver, ahora que la sequia está sacando a la luz las viejas edificaciones que hubo en el Guadiana,  el viejo puente y lo que fue molino harinero ahora en ruinas. Según el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus Posesiones de Ultramar, obra de Pascual Madoz entre 1846 y 1850, el viejo molino harinero era de cinco piedras.

 
Estado actual del puente,  una vez que la sequia ha dejado ver por completo el mismo

Hoy traigo las imágenes de los restos del viejo puente y molino, combinadas con un escrito publicado por Francisco Mena Cantero en el diario “Lanza”, el 17 de diciembre de 1986, en su sección “Conversaciones en el Pilar” y que llevaba por título “Puente Nolaya”, en el cual decía lo siguiente:

 
Los fotografías que se publican fueron realizadas la pasada semana aprovechando la sequia que sufre el pantano del Vicario


Cuando en Ciudad Real no existían piscinas, no ya publicas sino ni siquiera privadas; cuando los chicos de la posguerra jugábamos al futbol, en las calles o en las eras, con pelotas hechas con trapos y cuerdas; cuando el tufillo de poblachón manchego de la “capitaleja” llegaba hasta los confines de la provincia; cuando ya se empezaba hablar de televisión en lugares, para todos, lejanos y raros; cuando las películas se marcaban con letras, según el grado de inmoralidad, en las puertas de las iglesias; cuando, a pesar de todo, la vida era lenta y pausada y las conversaciones e hacían aburridas de tanto uso; cuando se podía salir a pasear a altas horas de la noche, a cualquier lugar, sin miedo a nada, salvo a la oscuridad; cuando no se habían puesto de moda los tirones ni la droga; cuando, en fin, la vida era más pobre, pero más tranquila aunque aburrida, los chicos de aquellos años nos bañábamos en el Guadiana, porque la civilización aún no había llegado a sus aguas.




A siete u ocho kilómetros de Ciudad Real, siguiendo la carretera de Madrid a Toledo, después de dejar el cerro de la Atalaya a poco más de tres kilómetros, hay un pequeño repecho –que para quienes íbamos en bicicleta parecía el Tourmalet-, que corresponde a la llamada “Serrezuela”, tierra rojiza que se inclina a la derecha hacia la Atalaya, y a la izquierda va enlazar con las leves inclinaciones de Sancho Rey y zonas limítrofes. Después, dos cuestas más y a la bajada, gira la carretera hacia la derecha para iniciar la subida del “Pielago”. Justamente en el recodo de la carretera, había un puente, pequeño, estrecho, sencillo, de piedra, junto al que, en tiempos que no conocí, hubo un molino. Se le conocía al lugar con el nombre de “Puente Nolaya”, sitio por donde Guadiana misterioso y legendario, corría limpio y fresco en verano, solaz y leite para nuestros cuerpos de muchachos, cansados y sudorosos de la gran caminata, fuera en bicicleta o a pie –pues de todo había en aquellos tiempos.



El molino era una casa amplia de dos plantas, rodeada de juncos, masiegas y otras plantas que se aclimitan a la humedad. Los dueños, recuerdo, vendían bebidas para los cazadores, en invierno, y para los bañistas en verano. Luego, más abajo a favor de la corriente del rio, junto a un ensanchamiento del Guadiana, a unos quinientos metros del puentecillo, estaba la zona que denominábamos “Malvarrosa”, más profunda y apartada para el baño. Allí alguien instaló un chiringuito con bebidas y bocadillos -¿recuerdas, Mateo Cumplido?- Al atardecer, cuando las dos luces confluyen en poniente, la brisa húmeda del río aligeraba el calor y suponía un respiro en la jornada. Más, para los chicos se hacía tarde, porque más de siete kilómetros  esperaban las fuerzas de nuestras piernas, para volver sin que se enterasen en casa.




Hoy, el puente, con su pequeño caserío ya, al pie y en ruinas, queda al margen, como los dibujos y garabatos, que los estudiantes trazan en los libros de texto. Una carretera amplia, sobre un puente más aerodinámico y elevado, cruza el lugar y sólo queda, casi, el recuerdo y poco más. No obstante puede verse aún el puentecillo y la estrecha carretera marginal, testigo de otros tiempos, pobres y difíciles por culpa de una guerra que no debió existir.




Conservó un oleo pequeño, una reproducción del Puente Nolaya. Reconozco que no posee más valor que el puramente sentimental, pero a uno, que es algo romántico, le gusta evadirse, de vez en cuando, hacia otros tiempos que, si no fueran mejores, tienen al menos el sabor de la Arcadia perdida.

 
Restos del antiguo molino harinero

 
En el año 1973 se dejó de utilizar este viejo puente

 
Visión que ofrece actualmente el puente, una vez que han bajado las aguas del Vicario con motivo de la sequia


2 comentarios:

  1. La zona es un referente en mi vida. Primero porque de niño y jovenzuelo íbamos a pasar el día contemplando el río y bañándonos en él. Luego, porque para ir a Madrid, utilizaba la carretera que soportaban las piedras del puente. Además, en mi libro 'Ahora no puede ser, que todo fue nada' hay un episodio inspirado en el personaje 'La Quintina' y su playa, instalada junto a las aguas del Guadiana, a la entrada del puente, en dirección a Toledo.

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  2. Precioso reportaje.Gracias!!!

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